Por: Pablo Corso
Para hacer frente al “efecto devastador” que la pandemia de COVID-19 ha tenido en América Latina, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) recomienda incluir la atención de salud mental en los seguros médicos y redirigir las partidas presupuestarias de los hospitales psiquiátricos hacia servicios basados en la comunidad.
Los responsables de una investigación de la OPS publicada en The Lancet Regional Health señalan que los trastornos que más aumentaron fueron la ansiedad y la depresión, mientras que a un tercio de los enfermos de COVID-19 se les diagnosticó un problema neurológico o mental.
Esa evaluación coincide con las de otras fuentes y expertos consultados por SciDev.Net, que revelan un desgaste adicional de los recursos cognitivos y un aumento en los índices de violencia doméstica en la región, en particular contra mujeres y niños, lo que agrava los índices de violencia latinoamericanos, que ya triplicaban la media mundial.
Según la OPS, se deben reforzar de inmediato los sistemas de salud mental, con foco en la atención primaria, la educación y los servicios sociales, además de capacitar a trabajadores no especializados en la detección y manejo de trastornos mentales, y mejorar la infraestructura de los servicios de telemedicina.
Como el virus afecta al sistema nervioso central, es esperable que a una proporción de personas también las comprometa en ese sentido, explicaron a SciDev.Net en un correo electrónico institucional desde el Departamento de Comunicaciones del organismo.
“Los estudios muestran altas tasas de depresión y ansiedad, entre otros síntomas psicológicos, especialmente entre las mujeres, los jóvenes, las personas con condiciones de salud mental preexistentes, los trabajadores de la salud y las personas que viven en condiciones vulnerables”.
Del estudio “Fortalecimiento de las respuestas de salud mental al COVID-19 en las Américas: análisis y recomendaciones de políticas de salud”.
La pandemia, de acuerdo a la investigación de The Lancet, ha contribuido a la exacerbación de síntomas de salud mental entre quienes sufrían condiciones preexistentes. Esto los coloca “en un grupo de mayor vulnerabilidad, como las personas con diabetes, hipertensión y otras enfermedades crónicas”, agregan las fuentes de la OPS.
A un año del inicio de la pandemia, el 45 por ciento de los adultos de las Américas ya reportaban deterioros en su salud mental y emocional.
En un momento en que los tratamientos son más necesarios que nunca, el organismo muestra su preocupación ante el hecho de que -entre enero y marzo de este año- se hayan detectado interrupciones de los servicios de salud mental en el 60 por ciento de los países.
Esta emergencia está exacerbada por mecanismos de protección social débiles, sistemas sanitarios fragmentados y profundas desigualdades.
“El gasto de salud mental en la región, que promedia el 2 por ciento del total en salud, suele ser inadecuado”, subraya la publicación, y añade que de ese porcentaje, un 61 por ciento, es destinado a hospitales psiquiátricos.
El informe menciona a cuatro países de la región que realizaron estudios y publicaron los resultados, pero las fuentes de la OPS aclararon a SciDev.Net que “hasta ahora no es posible compararlos con otros países”.
En Perú, la prevalencia de síntomas depresivos (34,9 por ciento) durante la cuarentena de 2020 fue cinco veces mayor respecto a 2018.
Los índices de depresión (61 por ciento) y ansiedad (44 por ciento) en Brasil también fueron elevados, al igual que los síntomas de estrés postraumático (28 por ciento) en México.
En Argentina, otro estudio encontró que la variable más importante relacionada con síntomas depresivos (reportados por el 33 por ciento de los encuestados) fueron los sentimientos de soledad.
“Cuando se vuelven crónicos, se siente una desconexión tan grande que ni siquiera se registran”, explica por teléfono Adrián Yoris, uno de los autores del trabajo, sin vinculación con el de la OPS. “Eso repercute directamente en estados de depresión, ansiedad y (en casos graves) suicidio”.
Los investigadores también registraron “un marcado desgaste cognitivo”, con puntajes bajos para variables como concentración, memoria y velocidad de procesamiento, y altos para fatiga mental, cansancio y sueño. Al repetir sus mediciones 72 días después, encontraron que no había una correlación directa entre los estados de ánimo y los diferentes momentos de la pandemia.
La reacción inicial había elevado los valores de las distintas sintomatologías de salud mental. A pesar de que más tarde los contagios de COVID-19 se multiplicaron, esas cifras se mantuvieron estables. Algunas, incluso disminuyeron.
“Las personas procesamos la información exagerando el riesgo frente a lo desconocido y potencialmente agresivo. Con el tiempo, esa dinámica no puede sostenerse y empiezan a incorporarse datos alternativos, como la efectividad de las vacunas”, explica Yoris.
En relación a los trastornos de salud mental, “los más golpeados fueron los menores de 26 años, cuya vida cotidiana solía ser marcadamente social”, confirma el neurocientífico.
En marzo de 2020, más de 154 millones de niños en la región estaban fuera de la escuela debido a la pandemia. Un año después, 114 millones aún no habían regresado, según las Naciones Unidas.
Además de alteraciones en el aprendizaje y la socialización, los menores han sufrido la adversidad en sus familias. Registros de las líneas telefónicas de ayuda e informes policiales de diversos países de la región indican un aumento de los casos de violencia doméstica.
Yoris sostiene que fortalecer las campañas de comunicación es otra recomendación clave. “Ya sea en relación a las vacunas o a los barbijos (mascarillas), solemos decidir cómo comportarnos basándonos en creencias previas”, recuerda.
La comunicación gubernamental y mediática responsable, capaz de alterar percepciones erróneas, asoma así como uno de los grandes desafíos para el futuro.
Extraido de https://www.scidev.net/