Vivo con la convicción personal de que la Oración, además de ser saludable, crea las circunstancias que sientan las bases que ayudan a la curación. Por ello, tengo que confesar que me fascinan las investigaciones realizadas por mi admirable colega, el cardiólogo Randolph Byrd de California, que ha tenido el coraje de estudiar a 393 pacientes de la Unidad de Atención Coronaria del Hospital de San Francisco, donde pudo observar como aquellos pacientes a los que se le dirigían plegarias y oraciones, evolucionaban significativamente mejor que los pacientes que no estaban incluidos en esta “terapia”, como se ha publicado en el Southern Medical Journal.
Lo mismo ocurrió en el estudio realizado por el American Heart Institute de Kansas (EEUU) y publicado en la revista Archives of Internal Medicine, sobre 990 pacientes, en el cual se pudieron constatar recuperaciones asombrosas, con una menor estancia hospitalaria en los pacientes encomendados a las oraciones.
Resultados similares se reflejan en otro estudio realizado en el Centro Médico Rabin (Israel), y publicado en el British Medical Journal, donde se constata que la oración produce cambios significativos en la evolución de la enfermedad, hasta tal punto que repetir una plegaria ayuda a la relajación, disminuyendo la presión arterial y los ritmos metabólicos, cardíacos y respiratorios.
La influencia de la oración en la mente y cuerpo humano es tan real como los latidos del corazón. De hecho, sus resultados se pueden medir en términos de mayor salud, mayor bienestar, mayor capacidad intelectual, y en una mejor comprensión de la realidad sobre la cual descansan nuestras relaciones humanas. El doctor Herbert Benson, cardiólogo y profesor de medicina en Harvard Medical School, ha realizado investigaciones que se extienden desde el laboratorio hasta la clínica, y su trabajo nos sirve como puente entre la medicina y la religión, la mente y el cuerpo, la fe y la ciencia.
Sin lugar a duda la oración marca con su influencia nuestras acciones y conductas, hasta tal punto que las personas que tienen el hábito de orar viven con más paz interior, manifiestan una tranquilidad de porte y reflejan otra expresión en su rostro porque en lo más profundo de su conciencia brilla una luz.
Cuando practicamos la oración nos empezamos a descubrir a nosotros mismos. Empezamos a cultivar un sentimiento ético, de solidaridad con los más débiles y descubrimos nuestros egoísmos, nuestra vanidad y nuestros desatinos. Propiamente entendida, la oración es una actividad madura, indispensable para el completo desarrollo de la personalidad, y para la integración de las más profundas facultades del hombre. Y es justamente a través de la oración como podemos alcanzar la armonización y unificación de “cuerpo, mente y espíritu” que es lo que le da a la frágil constitución humana su fortaleza invencible. La doctora Targ Fisher (sobrina del maestro de ajedrez) graduada en Standford y profesora de psiquiatría en la Universidad de San Francisco de California, también ha evidenciado en sus estudios el papel positivo de la espiritualidad en el proceso de curación.
En este sentido, como médico he podido observar a pacientes desquiciados y desesperados por todo tipo de terapias, librarse de enfermedades y del sufrimiento gracias a su entrega a la oración. Son muchos los pacientes que han descubierto que la oración les provee de una corriente continua de poder que le sostiene inalterables en sus vidas cotidianas.
Recuerdo todos los días el funeral de mi padre (+ 98 años), porque me sorprendió gratamente cuando mi querido José María García, el mejor periodista deportivo de la historia, me dijo; “Manuel, siempre tendré a tu padre en mis oraciones”. Ese mensaje influyó mucho en mi vida, y hoy tengo que revelar un secreto, y es que José María supero una enfermedad severa gracias a sus oraciones y nadie mejor que él sabe que la “Fe mueve montañas”.
Por otra parte, una de las experiencias que he vivido y que más me ha llamado la atención es cuando un paciente “ateo” siente que ha llegado su hora de morir, y le suplica a su médico que venga un sacerdote a darle la extremaunción y en el último minuto se hace converso y entra en el Reino de los Cielos.
En estas situaciones siempre recuerdo al enigmático científico Louis Pasteur, descubridor de las vacunas, que murió con el rosario en la mano (al igual que mi abuela) después de escuchar la vida de San Vicente de Paul, porque pensó que ayudaría a salvar a los niños que sufren.
La influencia de la oración es tan poderosa que el doctor Larry Possey, comprobó que no importa si la oración es cristiana, budista, protestante, hindú, o musulmana, ya que el efecto es igualmente positivo, pues a través de la oración se pone en contacto tu espíritu con el Ser Supremo, Invisible, y Creador de todas las cosas.
La oración nos introduce en la dimensión sobrenatural de Dios, como también ha podido constatar el doctor David Larson, oncólogo radioterápico por la Universidad de Harvard, y autor de más de 200 artículos científicos, y que, según sus estudios; “cultivar la comunicación con Dios renueva nuestro estado de ánimo y cambia nuestra actitud frente a la enfermedad”.
Aquí me viene a la memoria, Albert Einstein, premio Nobel de Física, que afirmaba; “Hay dos maneras de vivir una vida: la primera es pensar que nada es un milagro, la segunda que todo es un milagro, pero de lo que estoy seguro es que Dios existe”.
En definitiva hay evidencias científicas de que la oración es el único poder en el mundo capaz de vencer las Leyes de la Naturaleza y a estos resultados obtenidos a través de la oración les llamamos “Milagros”. Es apasionante observar a médicos que han pasado del agnosticismo a una fe inmensa gracias al estudio de casos clínicos de pacientes que se han curado apoyándose en la oración. De hecho, en lugares sagrados como Lourdes, se han podido constatar curaciones milagrosas y esto es el motivo por el cual se ha creado un Comité Médico Científico Internacional donde participan médicos eminentes que tienen como única misión la valoración médica y comprobación del proceso de constatación de la curación.
Manuel de la Peña MD, PhD.
Presidente del Instituto Europeo de Salud y Bienestar Social